Ventajas de ser católico

La Iglesia Católica es la más rica en doctrina

A diferencia de las otras iglesias o sectas cristianas, la católica posee el más grande caudal de doctrina, recibida por el Señor en favor de la comunidad humana. Además de la Biblia, que en cierto modo comparte con los protestantes, la Iglesia Católica cuenta con la Tradición, que es otro canal de la Revelación divina, y con el Magisterio, que es la misión de enseñar las verdades divinas con la asistencia del Espíritu Santo.

La Biblia

Los protestantes se glorían de ser los dueños de la Bi­blia, y creen que los católicos la desconocen y hasta se oponen a ella, prohibiéndola o escondiéndola. Esta mentalidad se debe a la ignorancia y pereza de muchos católicos que prefieren no saber nada de la Palabra de Dios, para vivir tranquilamente en su vida de peca­do.

Pero, en realidad la Iglesia Católica, que es la misma de los Apóstoles, siempre ha difundido la Palabra de Dios, porque recibió esta consigna por el mismo Cristo: «Se me ha dado plena autoridad en el cielo y en la tierra. Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos, bautícenlos para consagrárselos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enséñenles a guardar todo lo que les mandé; miren que yo estoy con ustedes cada día hasta el fin del mundo» (Mt. 28, 19.20). En el siglo cuarto se hizo, por medio de San Jerónimo, la traducción de la Biblia en la lengua hablada por el pueblo, el latín.

Durante la edad media los monjes empleaban gran parte del día transcribiendo textos de la Biblia.

Los libros y sermones que nos quedan de esa época están saturados de textos bíblicos tan atinadamente co­mentados que asombran a los estudiosos de hoy. Cin­cuenta y cuatro años antes que Lutero publicara en alemán el Nuevo Testamento, habían empezado a traducir la Biblia los católicos de Alemania. Cuando Lutero dio a la imprenta su traducción, ya había en alemán 19 ediciones de la Biblia, obras todas de los católicos, según se lee en la «Historia de Alemania» de Janssen. Desde el 1450 hasta el 1520 publicaron los católicos 156 ediciones en latín, 6 de hebreo y 26 en diferentes lenguas europeas, incluso en ruso. No faltan también escritos de papas que recomiendan la lectura de la Biblia. Pío VI escribía en 1788 al arzobispo de Florencia.

«Te alabo la feliz idea de hacer circular por la masa del pueblo ejemplares de la Biblia. Ella será antídoto contra esa peste de libros infames, hoy tan divulgados y leídos, hasta por el vulgo ignorante. La Sagrada Escritura es un manantial riquísimo del que se puede y debe sacar en abundancia pureza de doctrina con la que se han de mejorar las costumbres y se han de arrancar de raíz los errores«.

Pocos años más tarde, Pío VII escribió a los Vicarios Apostólico» de Inglaterra una carta concebida en idénticos términos. En 1893, León XIII escribió una Encíclica sobre la Biblia en la que nos urge que:

«Bebamos en esa gran fuente de revelación católica, que debe ser asequible a todo el rebaño de Jesucristo; fuente purísima de aguas siempre cristalinas, porque no sufriremos jamás el menor atentado de enturbiarlas o corromperlas. Con la lectura de la Biblia se ilumina y robustece la inteligencia, el corazón se enciende y todo el hombre se resuelve a progresar en la virtud y en el amor divino«.

Como se ve por estos pocos documentos, la Iglesia Católica siempre ha difundido la Biblia según las circunstancias y los tiempos lo exigían.

El Conclilio Vaticano II nos subraya estos conceptos y nos revela, una vez más, la importancia de la Palabra de Dios:

«La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fíeles el pan de vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo. La Iglesia ha considerado siempre como suprema norma de su fe la Escritura unida a la Tradición, ya que, inspirada por Dios y escrita de una vez para siempre, nos trans­mite inmutablemente la palabra del mismo Dios; y en las palabras de los Apóstoles y los Profetas hace resonar la paz del Espíritu Santo. Por tanto, toda la predicación de la Iglesia, como toda la religión cristiana, se ha de alimentar y regir con la Sagrada Escritura. En los Libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual.»

(Divina Revelación 21)

Además de todo lo dicho, hay que añadir que la biblia que tenemos los católicos es más completa que la de los protestantes, que está mutilada de siete libros y algunos fragmentos más. Exactamente se trata de los siguientes libros: Baruc, Tobías, Judit, Eclesiástico, Sabi­duría, I y II de Macabeos. Los otros fragmentos son: Esther 10, 4-16.24; Daniel 13 y 14 (historia de Susana y la de Bel y del Dragón). Para el Nuevo Testamento hay otros libros que algunos protestantes rechazan. He aquí la lista: carta a los Hebreos, de Santiago, de Judas, Segunda Carta de Pedro, Segunda y Tercera de San Juan, Apocalipsis y tres fragmentos de los Evangelios: Me. 16, 9-20; Le. 22, 43-44 y Jn. 7, 53; 8, 11.

Por otra parte, sabemos también que algunos llevan biblias con numerosos textos que no existen en la nuestra. Estas añadiduras son una ofensa a la verdad y falta de respeto a la persona humana, porque no tiene fundamento en los principales y más antiguos códices, que son: Códice Vaticano, Códice Sinaítico, Códice Ale­jandrino, Códice de Efrén.

A estos manipuladores de la palabra de Dios les recordamos lo que dice Apocalipsis 22, 18, 19 «A todo el que escucha la profecía contenida en este libro, le declaro yo: Si alguno añade algo. Dios le mandará las plagas descritas en este libro. Y si alguno suprime algo de las palabras proféticas escritas en este libro, dios lo privará de su parte en el árbol de la vida y en la ciudad santa descritos en este libro«.

La Tradición

La Tradición es también revelación de Dios, transmitida oralmente por los Apóstoles y que los protestantes no conocen. San Pablo exhorta a los tesalonisenses a que «sigan firmes y mantengan las tradiciones que les enseñamos de palabra o por carta» (2 Tes. 2,15). Es ló­gico que fue mucho más lo que los Apóstoles predica­ron de lo que escribieron. Esa riqueza de la predicación apostólica fue recibida por la Iglesia y traducida en normas, culto, vida, según la exhortación del mis­mo San Pablo. Borrar todo esto y quedarnos sólo con la escritura, es empobrecer mucho la Revelación que nos llegó por medio de los Apóstoles. «La tradición y la Escritura constituyen el depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia» nos enseña el Concilio en su Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación (10).

Esta enseñanza recibida de los Apóstoles es doctrina que hay que vivir y transmitir, que se vuelve vida y liturgia. Por lo mismo, va progresando de generación en generación por obra del Espíritu Santo, según nos lo indica el Concilio en la misma Constitución «Dei Ver­bum» (8). «Esta Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo; es decir, crece la comprensión de las palabras e instituciones transmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón«.

La Tradición es e! vehículo que mantiene viva y operante la Escritura misma, nacida en la comunidad de los creyentes bajo la inspiración del Espíritu Santo. Tradición y Escritura están, pues, íntimamente unidas y entrelazadas porque manan de la única fuente divina y constituyen el único depósito de la fe. El Concilio abunda sobre este tema, haciéndonos ver cómo la misma inspiración de los libros sagrados tiene su explicación en la Tradición. ¿Quién nos dice que estos y no otros libros son inspirados, si no es la Tradición? «Las palabras de los Santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora. La misma Tradición da a conocer a la Iglesia el canon de los libros sagrados y hace que los comprenda cada vez mejor y los mantenga siempre activos«.

Da lástima constatar cómo los hermanos protestantes, que parecen tener tanta devoción a la Sagrada Escritura, carecen de la Tradición, que es también Palabra de Dios. Tan grande deficiencia no les permite caminar expeditamente sin caer en el error.

Pero, tenemos que ser sinceros, da más tristeza encontrarnos con muchos que se dicen católicos, y desconocen el valor de estas dos fuentes de la Revelación imprescindibles para conocer el camino del Señor.

El Magisterio

Otra ventaja que tenemos los católicos es la guía segu­ra en la enseñanza que nos da la Iglesia. El riesgo de manipular la Palabra de Dios puede presentarse en cual­quier momento por cuestiones políticas, sociales o religiosas. La autoridad eclesiástica, el Papa y los obispos, sucesores de los Apóstoles, tienen la misión de en­señarnos la Palabra de Dios para evitar malas interpre­taciones y romper con la unidad de los seguidores de Cristo.

Por Magisterio se entiende la función que incumbe a la Iglesia, y especialmente a su jerarquía apostólica, de anunciar perpetuamente la Palabra de Dios en su nombre y con su autoridad y definir su sentido cuando es necesario.

La falta de este servicio, autorizado por Jesucristo, hace que los protestantes se dividan en miles de Iglesias o sectas diferentes y opuestas. Nadie sabe exactamente el número de las sectas. Se cree que son más de dos mil. No obstante su número, el total de los protestantes no llega ni a la mitad de los católicos. Es el Magisterio de la Iglesia, que con su iluminada enseñanza nos mantiene en la unidad. El Concilio nos dice que «el ofi­cio de interpretar auténticamente ¡a Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado únicamente al Magisterio de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo«.

Luego, a continuación, nos aclara una cosa importante: «Pero el Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como reveleado por Dios para ser creído» (Dei Verbun, 10).

En todo esto vemos la importancia que tiene el Magisterio Eclesiástico para entender lo que el Señor nos ha revelado.

A continuación el Concilio nos muestra la relación que hay entre la Tradición, la Escritura y el Magisterio, y nos subraya su valor salvífico: «Así, pues, la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas» (Dei Verbum, 10)

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