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Ventajas de ser católico

Los Católicos tenemos a la Virgen María

La Criatura más querida por Dios

En los evangelios leemos cómo Dios escoge a una mujer para que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se encarnara en ella. Es decir, la elige para llevar a cabo la manifestación más grande de su amor, el plan de la Redención. No sólo eso, sino que, al querer nacer de ella, la escoge naturalmente como madre. ¿Puede Dios manifestar una predilección más grande? Con razón ella, comprendiendo tan especial privilegio, mani­fiesta su alegría: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, por­que se ha fijado en su humilde esclava» (Le. 1, 46-48). Los católicos hemos comprendido este plan de Dios, la grandeza que El !e ha otorgado a María, y la vene­ramos como madre.

Esta comprensión, que hay en nuestra Iglesia, es una prueba más de que el Espíritu Santo está en ella.

En realidad, es incomprensible la actitud de los protes­tantes que se han declarado en contra de la Criatura más querida por Dios. Y es más escalofriante la preocupación, que estos señores tienen, de buscar falsos motivos para rebajar su grandeza.

¿Hijos de María o Hermanos de Jesús?

Empiezan diciendo que ella no es virgen y citan los tex­tos de Mt. 12, 46-47; Me. 6, 2-3 y Mt.13, 55-56. En estos textos se hace mención de los «hermanos de Jesús», pero nunca se habla de los hijos de María. ¿Por qué? ¿No habrá algún motivo? También en Hechos 1, 14-16 se habla de los «hermanos de Jesús». Se lee textualmente: «Todos ellos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, además de María, la ma­dre de Jesús, y sus hermanos. Uno de aquellos días ha­bía reunidas unas ciento veinte personas. Pedro se pu­so de pie en medio de los hermanos y dijo: —Hermanos, tenía que cumplirse lo que…».

¿Por qué, cuando los protestantes hablan de los «hermanos» de Jesús, no citan este texto y no concluyen diciendo que eran unos 120, y entre ellos estaba Pedro, que les habla, llamándolos «hermanos»?

De este pasaje resulta que el número de los «hermanos de Jesús» era bastante grande y, por ende, no podían ser «hijos de María». Esto nos pone en aviso, para que no les demos a las frases el significado que super­ficialmente aparentan, sino para que busquemos lo que el autor sagrado quiso decir al llamarlos «hermanos de Jesús».

¿Qué quiere decir «Hermano»?

«Hermano» en hebreo y arameo se les dice incluso a los parientes más lejanos. Un ejemplo claro lo tenemos en Gen. 11,27 donde se dice abiertamente que Lot era sobrino de Abrán: «Téraj engendró a Abrán, y Najor a Harán, Harán engendró a Lot». Después en Gen. 13, 8, a este mismo Lot, Abrán lo llama «hermano»: «Abrán dijo a Lot: —No haya discusiones entre nosotros dos ni entre nuestros pastores, pues somos hermanos.» En Gen, 14, 14ss., otra vez Abrán llama a Lot «hermano»: «Cuando Abrán oyó que su sobrino había caido prisionero, reunió a los esclavos nacidos en su casa, trescientos dieciocho, y persiguió a los enemigos hasta Dan; con su tropa cayó sobre ellos de noche y los persiguió hasta Joba, al norte de Damasco; recuperó todas las posesio­nes y se trajo también a Lot, su hermano,…». Otros ejemplos los tenemos en los siguientes textos Gen. 29, 10.12.

¿De quiénes son hijos los «Hermanos de Jesús»?

Además de esta explicación, en los evangelios encon­tramos claramente que María, la madre de Jesús, no es la madre de estos «hermanos», sino otra María. Ma­teo hablando de las mujeres que estaban en el calva­rio, dice: «Estaban allí observando desde lejos muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para asistirlo, entre ellas María Magdalena, María la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos» (Mt. 27, 55-56). Lo mismo leemos en Me. 15, 40.41: «Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas María Magdalena, María, la madre de Santiago y el Menor y de José, y Salomé, que cuando él estaba en Galilea lo seguían y lo atendían; y además otras muchas que habían subido con él a Jerusalén». Santiago y José son, según Mt. 13, 55 los hermanos de Jesús. Como vemos por los textos reportados, éstos tienen co­mo madre a otra María, que estaba en el calvario «observando desde lejos». Y si acaso quedara todavía al­guna duda, tenemos otro texto muy significativo. Antes de morir, Jesús entrega su madre a Juan. «Estaban junto a la cruz de Jesús su madre; la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y a su lado al discípulo preferido, dijo Je­sús: —Mujer, ése es tu hijo. Y luego al discípulo: —Esa es tu madre. Desde entonces el discípulo la tuvo en su casa». (Jn. 19, 25-27). Resulta evidente aquí que María no tiene ni esposo (San José se había muerto) ni hijos que la puedan acoger: para los judios es signo de maldición que una mujer quede sola.

La cuestión del «Primogénito»

Hay otros textos que necesitan ser aclarados para no caer en el error. Hablando del nacimiento de Jesús, el evangelista Lucas usa el término de «primogénito»: «…y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no encontraron sitio en la posada». (Le. 2, 6.7).

Para nuestra mentalidad, es lógico que el uso de este término se opone al significado de «unigénito». Por lo tanto María tuvo otros hijos. Esta conclusión termina de ser lógica si estudiamos en el contexto histórico el significado que se le daba.

En sentido bíblico, primogénito (bejor en hebreo) es el primer hijo, tanto si es único como si son varios. Esto debido a una prescripción de la Ley de Moisés, que exigía la consagración del primer hijo, que se llamaba «primogénito». No importaba que fuera el primero de otros hijos, de hecho no se esperaba el nacimiento de otro hijo para consagrar al primero: «…dedicarás al Señor todos los primogénitos: el primer parto de tus animales, si es macho, pertenece al Señor» (Ex. 13, 12). La Ley prescribía la fecha del rescate y lo que debían pa­gar (Núm. 18, 15 y Lev. 5, 7; 12, 8). Por eso leemos en Lucas: «Cuando llegó el tiempo de que se purificaran, conforme a la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jeru­salén para presentarlo al Señor (así lo prescribe la Ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor») y para entregar la oblación (conforme a lo que dice la Ley del Señor: «Un par de tórtolas o dos pichones»)» (Le. 2, 22-24). Es interesante el descubrimiento que se hizo en el año de 1922 en Tell-el Yehu-dieh (Egipto). Se trata de una lápida mortuoria del año 5 a.C. La inscripción hace alusión a una mujer hebrea Arsinoe, a quien está dedicada: «En los dolores del parto de mi primogénito la suerte me condujo al fin de la vida». Es lógico que si esta mujer judía murió al dar a luz a su primer hijo, no tuvo más hijos; y a pesar de esta evidencia, a este único hijo se le dice «primogénito».

¿Rechaza Jesús a su Madre?

Hay dos textos más que necesitan un poco de aclara­ción porque hay quien interpreta que Jesús no apreciaba a su madre. La interpretación, prescindiendo de los textos, no puede ser justa, porque sería como bajar a Jesús al nivel de ciertos hijos groseros que no son ama­bles con su madre: En Mateo 12, 47-50 leemos: «Uno se lo avisó: —Oye, tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren hablar contigo. Pero él contestó al que le avisaba: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? y señalando con la mano a sus discípulos, di­jo: —Aquí están mi madre y mis hermanos. Porque cual­quiera que pone por obra el designio de mi Padre del Cielo, ése es hermano mío y hermana y madre». Como hemos observado es inconcebible que Jesús le faltara al respeto a su misma madre. Lo que aquí quiso subrayar es la importancia de cumplir con la voluntad de Dios. Por lo tanto en esta frase podemos ver un elo­gio que Cristo hace a María, la cual llegó a ser su madre, no al acaso o inconscientemente, sino porque cum­plió la voluntad de su Padre. A este propósito convie­ne leer el diálogo de María con el ángel Gabriel (Le. 1, 26-28).

Un último texto que queremos examinar es la respuesta que Jesús le da a María en ocasión de su primer milagro en las bodas de Cana. «Faltó el vino y le dijo su madre: —No les queda vino. Jesús le contestó: —¿Quién te mete a ti en esto, mujer?: Todavía no ha llegado mi hora.» (Jn. 2, 3-4). La frase en sí misma podría tener un significado áspero, si ésta no fuera dirigida por Je­sús a su madre y no tuviéramos presente lo que sigue: Jesús anticipa su primer milagro para obedecer a su madre: «Así, en Cana de Galilea, comenzó Jesús sus señales, manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron más en él«. María había llevado la gracia a Juan Bau­tista (Le. 1, 39); otra vez interviene para apresurar los comienzos del evangelio, ya no hablaría en el evange­lio, y sus últimas palabras son: «Hagan lo que él les diga», (Biblia Latinoamericana).

Para nosotros María es la que nos presentan los Evangelios: «La Humilde esclava del Señor» (Le 1 48)- la bendita entre todas las mujeres» (Le. 1, 42); La «Madre del Señor (Le. 1, 43); «La que todos los hombres llamaran bienaventurada» (Le. 1, 48). Es por eso que la veneramos, no la adoramos, por encima de todos los santos y nos encomendamos a su maternal protección.

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