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Ventajas de ser católico

La Riqueza de los Siete Sacramentos

Encuentros Divinos

Ciertos acontecimientos en la vida de la familia o de uno mismo, constituyen una profunda y emocionante experiencia de lo divino en la persona, que si se evita­ran, se vería miserablemente rebajada.

El Bautismo del recién nacido, la Confirmación, del niño que ya ha aprendido a conocer y amar a Dios, la Primera Comunión de quien anhela experimentar lo que se siente al recibir el Cuerpo de Jesús en su corazón, la reconciliación de quien ha sentido la humillación de sus miserias y el alejamiento de Dios; la consagración del amor ante el altar en la celebración del Matrimonio; la Unción de los Santos Oleos de quien sien­te el peso de su enfermedad para cobrar nuevas energías espirituales y físicas, la consagración de toda la per­sona al servicio de la comunidad, en todo lo que concierne a las relaciones con Dios, mediante la Ordenación Sacerdotal, son experiencias divinas en el corazón del hombre que no se pueden expresar con palabras, sino vivir en lo más íntimo del ser humano. Estos son los sacramentos que nos quieren quitar los protestantes, cuando vienen a visitarnos y a hablarnos de lo bonito que es su religión, sin percatarse de la pobreza en que viven al no contar con el tesoro de los siete sacramentos.

Institución Divina

Algunos, para defender su pobreza, dicen que los sacramentos son invenciones de los curas. Con esto demuestran su poco conocimiento de las Sagradas escrituras y de la Historia de la Iglesia. He aquí las fuentes bíblicas de la institución de cada uno de los sacramentos:

1. Bautismo: Mt. 28, 19; Mc. 16, 16; Jn. 3, 5:

«Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos, bautícenlos para consagrárselos al Padre y al hijo y al Espíritu Santo, …«.

2. Confírmación: He. 8, 17; 19, 6:

«…Entonces les fueron imponiendo las manos y recibían Espíritu Santo» (He. 8, 17).

3. Eucaristía: Mt. 26, 26; Mc. 14, 22; Lc. 22, 19; 1Cor. 11, 23-26

«Tomando un pan, dio gracias, lo partió, y se lo dio, diciendo: —Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes; hagan lo mismo en memoria mía«. (Lc. 22, 19).

«… lo mismo que yo recibí y que venía del Señor se lo transmitía ustedes: que el Señor Jesús, la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes; hagan lo mismo en memoria mía». Después de cenar, hizo igual con la copa, diciendo: «Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre; cada vez que beban, hagan lo mismo en memoria mía». Y de hecho, cada vez que comen de ese pan y beben de esa copa, proclaman la muerte del Señor, hasta que él vuelva. Por consiguiente, el que come del pan o bebe de la copa del Señor sin darles su valor tendrá que responder del cuerpo y de la sangre del Señor«. (1Cor. 11, 23-27).

4. Reconciliación: Mat 18, 18; Jn. 20, 23:

«Reciban Espíritu Santo: a quienes les perdonen los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retengan les quedarán retenidos«. (Jn, 20, 23).

5. Unción de los Enfermos: Mc. 6, 13; St. 5, 14-15.

«Ellos se fueron a predicar que se enmendaran, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curabanz/i>». (Mc. 6, 13).

«¿Hay alguno enfermo? Llame a los responsables de la comunidad, que recen por él y lo unjan con aceite invocando al Señor. La oración hecha con fe dará la salud al enfermo y el Señor hará que se levante; sí, además, tiene pecados, se le perdonarán«. (St. 5, 14-15).

6. Orden Sacerdotal: Le. 22, 19; ICor. 11, 25-26; 1Tim. 4, 14; 5, 22; 2Tim. 1, 6:

«No descuides el don que posees, que se te concedió por indicación de una profecía con la imposición de manos del colegio de responsables. Cuida de esas co­sas y dedícate a ellas, para que todos vean cómo ade­lantas«. (1Tim. 4, 14).

7. Matrimonio: Mt. 19, 6; Ef. 5, 31-32.

«Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos un solo ser. De modo que ya no son dos, sino un solo ser; luego lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre«. (Mt. 19, 5-6).

Los Sacramentos son Siete

En la historia de la Iglesia vemos cómo se administra­ban estos siete sacramentos. Los padres primitivos men­cionan todos los siete, pero nunca se detuvieron a con­siderar su número ni lo creyeron necesario. Hablan de ellos según las necesidades que se les representaban, como instrucción de catecúmenos, refutación de algu­nas herejías.

Mencionan el número siete: Otón de Banberga (1127), el obispo Gregorio de Bérgamo (1133-1146). Paululo de Amiéns (1150), …Nadie negó el número septenario hasta el siglo XVI, cuando lo hicieron los protestantes. Prác­ticamente, pasaron 1500 años de su institución cuando se empezó a ponerlos en discusión.

El Bautismo de los Niños

Muchos protestantes objetan a los católicos el bautismo de los niños. ¿Tiene motivos la Iglesia para hacerlos? Sí, y muchos. Aquí presentamos solamente cinco:

1. Por no dejarlos privados de un sacramento tan importante para la vida del hombre: «A menos que uno nazca del agua y el Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn. 3, 5).

2. Por basarnos en la doctrina que la gracia se adelanta en todo a los méritos personales de cada uno. Dios nos salva por su infinita misericordia, y no en vista de nuestros méritos: «£5 que cuando aún nosotros estábamos sin fuerzas, entonces, en su momento, Je­sús el Mesías murió por los culpables. Cierto, con di­ficultad se dejaría uno matar por una causa justa; con todo, por una buena persona quizá afrontaría uno la muerte. Pero el Mesías murió por nosotros cuando éramos aún pecadores: así demuestra Dios el amor que nos tiene. Pues ahora que Dios nos ha rehabilitado por la sangre del Mesías, con mayor ra­zón nos salvará por él del castigo; porque si, cuan­do éramos enemigos, la muerte de su Hijo nos re­concilió con Dios, mucho más, una vez reconcilia­dos, nos salvará su vida.» (Rom. 5, 6-10).

3. El don de Dios (el bautismo) exige una respuesta. Siendo el niño incapaz de darla, deben entrar lógicamente en función sus papas, que se comprometen solamente a educarlo como cristiano. Por lo tanto, el bautismo de los niños exige, por su naturaleza, el compromiso de sus papas o de quienes los sustituyan.

4. Aunque en el Nuevo Testamento no se menciona ex­presamente el bautismo de los niños, éste se presupone, pues es de creer que en aquellas familias en­teras que bautizó Pablo había niños: He. 16, 15; 16, 33; ICor. 1, 16. «… El carcelero los atendió a aquellas horas de la noche, les lavó las heridas y se bau­tizó en seguida con todos los suyos;… «(He. 16, 33).

5. Tenemos también el testimonio de quien vivió en los tiempos cercanos a los apóstoles, escribía San he­neo (140-204):

«Jesucristo vino a salvar a todos los que por su me­dio nacen de nuevo para Dios: infantes, niños, ado­lescentes, jóvenes y viejos«. (Adv. Haer. Libro II cap. 22).

Bautismo en el Río

No faltan, hoy en día, protestantes que, para imitar a Jesucristo, quieren que seamos bautizados en un río. Ante todo hay que distinguir el bautismo que daba Juan el Bautista y el que instituyó Nuestro Señor. Como el mismo Juan hacía notar, hay mucha diferencia: «—Yo los bautizo con agua, pero está para llegar el que es más fuerte que yo, y yo no soy bastante para desartar-le la correa de las sandalias. Ese los va a bautizar con Espíritu Santo y fuego, …» (Le. 3, 16). Para compren­der cómo Cristo quiso que se diera el bautismo, debe­mos observar la conducta de los Apóstoles al respecto.

El primer bautismo que dieron fue el día de Pentecos­tés. Aunque los Hechos no digan cómo fueron bautizadas en ese día unas tres mil personas, resulta absurdo pensar que fue por inmersión. Todos sabemos que el Río Jordán no atraviesa la Ciudad de Jerusalén, ni hay otros ríos que hubieran podido propiciar el bautismo por inmersión. Lo mismo se observa respecto al bau­tismo que San Pablo administró al carcelero Filipo (He. 16, 33).

Además, siendo el bautismo tan importante para el hombre, no se comprende como Cristo lo hubiera hecho tan difícil para administrarlo: la inmersión no es siempre fácil para los presos, ni para los moribundos, ni para los recién nacidos, ni para los esquimales del Polo Artico, ni para los beduinos del desierto.

Aunque el bautismo de inmersión es más rico en sim­bolismo, no debe pensarse que es la única forma para administrarlo.

La Didaké, que es el catecismo que empezó a circular en los tiempos de los Apóstoles, enseña cómo administrar el bautismo: «Bautizad en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, en agua viva. Si no tienes agua viva, bautiza con otra agua. Si no puedes hacerlo con agua fría, hazlo con caliente. Si no tuvieres ni una ni otra, derrama tres veces agua sobre la cabeza en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo«. (Didaké, Cap. VII).

Si la Iglesia Católica administra así el bautismo es porque, tiene más motivos que otros que lo hacen por inmersión.

¿Por qué no se Casan los Sacerdotes?

Sabemos que entre los protestantes no existe el celibato, que el mismo Gandi apreció y luego abrazó como un valor incalculable para las grandes misiones. —Si la Iglesia Católica, decía él, es tan fuerte en el mun­do, se debe al celibato de sus sacerdotes.

Definitivamente se trata de un carisma de suma importancia, y los protestantes, al no tenerlo, se lanzan en contra defendiendo así su miseria. Presentan como argumento la orden que Dios dio al hombre al crearlo, de unirse a su mujer y multiplicarse.

Respecto a la orden divina, que encontramos en Gen. 1, 28, debemos observar que cuando la ley se promulga en forma positiva obliga en general, pero no a cada una de las personas; mientras que cuando la ley se expresa en forma negativa (cuando prohibe), entonces obliga no solamente a todos en general, sino a cada persona. Por ejemplo: cuando el semáforo es verde en algunas ciudades aparece la palabra «pase», y cuando es rojo «no pase». En el primer caso no necesariamente deben pasar todos los que están allí: pueden quedarse un rato más o ir por otro camino. En el segundo caso, no se deja libertad de escoger: solamente no se puede pasar. Esto quiere decir que el texto del Gen. 1, 28, no necesariamente obliga a cada persona.

Además de esta norma general que sirve para entender la ley, abriendo la Biblia en otros puntos, vemos claramente que no sólo el celibato y la virginidad no están prohibidos, sino que se aconseja seguirlos.

Un ejemplo grande de cómo le agrada a Dios el estado de los que no se casan para servirle mejor, lo encontramos en la pesona del mismo Cristo, el cual quiso ser igual a nosotros en todo menos en el pecado. Todos sabemos que casarse bien no es pecado, sino una cosa santa, un sacramento, y no obstante Cristo no se casó. ¿Transgredió la ley o quiso dar el ejemplo de una generosidad total para el anuncio del Reino de Dios? El mismo quiso subrayar la importancia del celibato vo­luntario por amor a Dios:» «Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hom­bres, y hay quienes se hacen eunucos por el reinado de Dios. El que pueda con eso, que lo haga» (Mt. 19, 12).

Y Pablo, escribiendo a los Corintios dice:

«Querría además que se ahorraran preocupaciones. El soltero se preocupa de los asuntos del Señor, buscando complacer al Señor. El casado, en cambio se preo­cupa de los asuntos del mundo, buscando complacer a su mujer, y tiene dos cosas en que pensar. La soltera y la que no piensa casarse se preocupan de los asuntos del Señor, para dedicarse a él en cuerpo y alma. La ca­sada, en cambio, se preocupa de los asuntos del mun­do, buscando complacer al marido. Les digo a ustedes estas cosas para su bien personal, no para echarles el lazo. Miro al decoro y a una adhesión al Señor ininte­rrumpida. Supongamos que uno con mucha vitalidad piensa que se está propasando con su compañera que no pensaba casarse, y que la cosa no tiene remedio; que haga lo que desea, no hay pecado en eso, cásense. Otro, en cambio, está firme interiormente y no siente una compulsión irresistible, sino que tiene libertad pa­ra tomar su propia decisión y ha determinado dentro de sí respetar a su compañera; hará perfectamente. En resumen, el que se casa con su compañera hace bien, y el que no se casa, todavía mejor«. (l,Cor. 7, 32-38).

En otro texto Pablo manifiesta su deseo:

«A todos les desearía que vivieran como yo, pero cada uno tiene el don particular que Dios le ha dado; unos uno y otros otro«. (1Cor. 7, 7).

Como vemos por estos textos, no sólo no está prohibido el celibato, sino que está hasta recomendado «por el reino de Dios».

Algunos podrán objetar que no todos cumplen con su celibato. Puede ser, pero si no todos los casados son fieles a sus esposas, ¿se puede concluir que el matrimonio es malo?

¿Por qué llamar «Padres» a los Sacerdotes?

En su afán de desacreditar a los sacerdotes, los protestantes critican el trato que se les da, llamándolos «Padres» y citan el texto de Mateo 23, 8-10: «Ustedes, en cambio, no se dejen llamar «señor mío», pues su maestro es uno solo y ustedes todos son hermanos; y no se llamarán «padre» unos a otros en la tierra, pues su Padre es uno solo, el del cielo; tampoco dejarán que los llamen «directores», porque su director es uno solo, el Mesías».

A primera vista parece que este título que se les da a los sacerdotes va en contra de una orden de Cristo. Pero hay que notar, si queremos ser justos, que la orden del Señor no se dirige a un solo grupo de personas, sino a muchos otros. Tomando a la letra las palabras de Cristo, deberíamos concluir que está prohibido a todos los hijos decir a su propio papá «padre». No sólo eso, sino que está prohibido llamar a unos maestros y a otros «directores». Estando así las cosas, los que estarían trasgrediendo la enseñanza de Nuestro Señor serían mu­chísimos más que los sacerdotes: serían los cientos de millones de padres de familia, las decenas de millones de los que en alguna forma están enseñando, y los numerosísimos hombres que ocupan un puesto de responsabilidad.

Pero, si leemos atentamente este texto del Evangelio, en realidad los transgresores no son las categorías de personas mencionadas, sino los que presumen ser más importantes que los otros. De hecho, dos versículos an­tes del texto en cuestión, Cristo critica a los que quieren ocupar los primeros asientos en los banquetes y quieren ser honrados por todos. Y luego del texto re­portado arriba, el mismo Jesús saca la moraleja: «El más grande de ustedes será servidor suyo. A quien se en­cumbra, lo abajarán, y a quien se abaja, lo encumbrarán» (Mt. 23, 11-12).

Lógicamente, lo que Cristo condena es la soberbia, no tanto el título que se da a una persona. Uno puede hacerse llamar «compañero» o «hermano» y exigir una sumisión de conciencia que se debe sólo a Dios, como es en los regímenes comunistas. Además, en la misma biblia encontramos que algunos apóstoles se atribuyen el título de «padre». Citamos algunos ejemplos: San Pa­blo, escribiendo la primera vez a los Corintios, afirma: «… porque como cristianos tendrán mil tutores, pero padres no tienen muchos; como cristianos fui yo quien lo engendré a ustedes con el evangelio». (1Cor. 4, 15).

El mismo San Pablo escribiendo a los Filipenses alaba la conducta de Timoteo que ha trabajado con él como un hijo con su padre: «…De Timoteo en cambio, cono­cen la calidad, pues se puso conmigo al servicio del evangelio como un hijo con su padre;…» (Fil. 2, 22).

San Juan en su Primera Carta no llama a los cristianos «hermanos» sino «hijos»: «Hijos míos, les escribo esto para que no pequen;…» (Fil., 2, 1. 12. 14. 18).

Estando así las cosas, los que se escandalizan, porque se llama a un sacerdote «padre», no han entendido el significado de la enseñanza de Cristo.

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