Especial para GuiasCostaRica
Misión: Distrito de Patpong Dónde: Bangkok, Tailandia (ver mapa) |
Este Cronista está dispuesto a correr toda suerte se sacrificios con la finalidad de cumplir su sagrada misión, así que como muestra de su espíritu generoso y desinteresado, como parte de su último periplo en las recónditas tierras de Oriente, se fue a recorrer el sórdido distrito de Patpong en la exótica capital del reino de Siam y he aquí el testimonio de lo presenciado.
El lugar está ubicado en una zona en donde tradicionalmente ha habido muchos hoteles y durante la guerra de Vietnam, los soldados de Estados Unidos solían alojarse allí cuando disfrutaban sus licencias de descanso. Así que se consumó la sencilla fórmula: gran cantidad de hombres del ejército solos y con plata y otra tropa no menos numerosa y combativa de mancebas. Cuando se acabó la guerra, los dueños del lugar decidieron experimentar con un mercado callejero nocturno, que se hizo igualmente famoso por la venta de toda clase de artículos de marca falsificados. De hecho, este Cronista conserva orgulloso un reloj Rolex (hasta con número de serie) adquirido allí hace más de dos décadas por apenas 15 dólares y que todavía funciona, cuando se detiene nada más se le cambia la batería y su maquinita electrónica made in Taiwan sigue dando la hora.
Khwaeng Suriya Wong, Khet Bang Rak, Krung Thep Maha Nakhon 10500, Tailandia
El lugar tiene pocos nacionales, pues está orientado a los turistas extranjeros que comprende una amplia gama de gente: los que que de verdad y legítimamente andan en plan de compras, mochileros, grupos que llegan en tour, los típicos gringos y europeos viejos que andan solos y hordas de chinos, coreanos y singapurenses gastando a manos llenas. Lo curioso de Patpong es que en principio es una atracción turística aparentemente inocente, hasta que cae la noche y abren las puertas una gran cantidad de garitos, que son denominados go go bars, que se promocionan a través de una serie de chulos y malvivientes que realmente son necios y molestos, que insistentemente enseñan unos ajados menús con las delicias de su representado, que no necesariamente son culinarias.
A pesar de lo mundialmente famoso del lugar, en realidad es pequeñito, el mercado cubre dos callejuelas que son propiedad privada de la familia Patpongpanit (de allí su nombre) entre las calles Silom y Surawong. Del otro lado de la calle Surawong hay otra zona de nightclubs, pero esos están especializados en atender a turistas japoneses, o sea, son carísimos. Y hacia el oeste de la calle Silom, en lo que sería el callejón Silom Soi 4, está una zona especializada en ladyboys, así que el lector está debidamente advertido, no sea que entre a un lugar equivocado y en un arrebato de pasión aborde a una supuesta chica, decida meterle mano y se encuentre con un apéndice corporal que se supone no debería estar allí.
Así que este Cronista es su noble misión decidió ir a presenciar el llamado ping pong show y entrar a un antro un poco escondido del cual ni vio el nombre, lejos de los locales más grandes e iluminados que son del mismo dueño, todos tienen la palabra Palace en su nombre y ostentan la mala fama de ser unas verdaderas trampas de turistas, o sea, lugares malos y caros. Habiendo entrado y mientras era conducido hacia su mesa, el Cronista fue llamado por la chica que en ese momento danzaba sobre el escenario, por lo que como todo buen caballero, no se rehusó a la invitación, aunque sólo se le solicitó que revisara una botella de gaseosa y que su tapa estuviera debidamente sellada, a lo cual este Cronista con gesto solemne dio fe al distinguido público. Luego prosiguió hasta arrellanarse en una cómoda butaca y comenzar a degustar la producción cervecera local, cuando para su sorpresa, vio que la joven bailarina se llevó la botella a sus partes íntimas y la destapó sonoramente sin mayor esfuerzo. Bueno, habría que haberse sacrificado haciendo también una inspección anatómica para ver si no había nada oculto para hacer trampa. Pero tal parece que no era necesario, porque sucesivamente las atractivas jovencitas hacían toda clase de peripecias con sus partes nobles: una se introdujo una buena cantidad de bolas de ping pong y luego las expulsaba metiéndolas con perfecta puntería en un balde. Otra más apagó un montón de candelas con aires no soplados precisamente de su boca. Una sorprendentemente se introdujo un paquete de navajillas de afeitar y luego tranquilamente las sacó una a una sin sufrir ningún tipo de lesión. Una variante más inocente de lo anterior fue una chica que empezó a expulsar pececitos vivos hacia una pecera. El siguiente acto fue una fémina que empezó a sacarse un al parecer interminable collar, tan grande que al fin se puso a brincar suiza con el mismo. Otra se metió un bolígrafo y se puso a escribir lo que el público le pidiera y además con buena letra. Una se puso un cigarrillo y a hacer aros de humo. Otra más se metió unos palillos chinos y a levantar objetos con los mismos. Y el mejor de todos: reventar un globo con un dardo lanzado a pura fuerza de músculo pélvico. En fin bastante habilidosas las chicas, algunas de las cuales cosecharon nutridos aplausos de parte de la culta concurrencia.
Al turista lo engañan con el cuento de que no cobran entrada, pero una vez adentro, se da uno cuenta que las bebidas cuestan tres o cuatro veces que lo normal. Costumbre universal. Por supuesto que en un lugar de este tipo los ofrecimientos e insinuaciones eran constantes. Es más, había una vieja alcahueta que constantemente señalaba a este gallardo Cronista y le enviaba sonrientes doncellas. Pero nada, suficiente antídoto para mantener la virtud fue haber visto de previo las noticias con la triste cifra de que la tercera parte de las trabajadoras del sexo tailandesas eran seropositivas. Así que ni con un condón de dieciséis capas. Ni modo.
Para mayor ilustración, de seguido un vídeo con una caminata a través del mercado nocturno:
SEMPER COMPOTATIUM
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